Todo está cambiando. Así se siente una persona adolescente. Entre la infancia y la edad adulta aparece ese momento de transición necesario y natural que trae a muchos padres de cabeza y a muchos jóvenes desorientados. Es una etapa compleja y bella. De cómo abordemos este momento puede depender la felicidad a largo plazo de nuestro hijo.
A los 17 años un adolescente debe tomar decisiones muy importantes sobre su futuro. Pero no está preparado para semejante aventura. Su cerebro está todavía en desarrollo y sus decisiones están influenciadas por referencias externas grabadas a fuego por la sociedad, las modas, los padres o los amigos. Todavía no ha construido su estructura personal de valores y preferencias.
Nosotros, como padres, podemos ayudarle, pero no de la misma manera que un orientador externo y experto. Nadie nos ha dado formación más allá de lo básico y esa carencia va forjando una desconexión con el adolescente casi sin darnos cuenta. En ocasiones los padres no sabemos interpretar las conductas de nuestros hijos. Y es normal.
El orientador ejerce de guía pero no traza el camino. El objetivo es que el joven sea capaz de decidir sobre su futuro en base a sus valores, talentos y preferencias. Él mismo, sin interferencias, tiene que determinar cómo le gustaría que fuera su vida.
La hoja de ruta del orientador es conectar con él y entregarle las herramientas para que logre comprender esta etapa, la disfrute, e interiorice las estrategias más adecuadas para ser un adulto estable y capaz de tomar decisiones alineadas con su mentalidad. Ahí radica el secreto para quererse, empatizar con los otros, ser resiliente y, por ende, alcanzar la felicidad.
«De la misma manera que no somos los entrenadores de baloncesto o tenis de nuestros hijos, tampoco podemos ser sus orientadores. «
Aunque no lo pretendamos, los padres influimos más de lo que pensamos en la forma que tienen nuestros hijos de ver la vida. Les inoculamos nuestras preferencias, los trabajos que nos parecen bien o mal, las carreras universitarias que pensamos tienen más futuro y las que menos. Nos proyectamos a nosotros mismos pensando cómo nos harían sentir más orgullosos. Pero nuestro papel como padres no es ése, sino ayudar a que nuestros hijos vivan plenamente su propia vida, no lo que nosotros hemos planificado para ellos.
Está estadísticamente comprobado que los jóvenes que son orientados por un experto durante la adolescencia son más felices en su vida adulta e incluso ganan más dinero porque saben maniobrar con destreza para alcanzar la profesión que más les motiva a ellos, no a nosotros. Necesitan encontrar su individualidad. Y eso se trabaja, se entrena.
De la misma manera que no somos los entrenadores de baloncesto o tenis de nuestros hijos, tampoco podemos ser sus orientadores. Pero podemos ser su sustento, necesitan nuestra comprensión. El orientador no solo está ahí para guiar a nuestros hijos, también nosotros, los padres, necesitamos conocer las estrategias para transformar el cambio en una energía duradera y positiva. El futuro de nuestros hijos es demasiado importante para dejar que el azar sea su guía.