Vivimos en una época donde un chaval de primero de la ESO ya maneja un smartphone como si fuera una extensión de su mano. Un 92% de ellos, para ser exactos. ¿Sorprendente? Quizás no tanto en el vertiginoso mundo digital en el que nos encontramos. Pero, ¿qué pasa cuando este acceso se convierte en una puerta abierta a insinuaciones no deseadas a través de plataformas como Instagram, donde un 25% de jóvenes entre 13 y 15 años ya han sido blanco?

El dato que de verdad te deja pensativo es que el 71% de los padres no establecen normas de uso tecnológico y un abrumador 87% no supervisa los contenidos a los que sus hijos están expuestos. No hace falta ser un experto para darse cuenta de que algo no cuadra.

Pero la cosa no se queda ahí. En Suecia, un país puntero en educación, han tenido que poner el freno a la digitalización en las escuelas porque los niveles de comprensión lectora estaban por los suelos. Resulta que, cuando los textos se alargan, los estudiantes desconectan. Y no es de extrañar, si tenemos en cuenta que los niños que leen en casa con sus padres están medio curso por delante de los demás.

No es solo un tema de educación; es un asunto de seguridad. Casos como el de Joann Bogard, cuyo hijo Mason perdió la vida participando en un reto viral de TikTok, nos ponen los pelos de punta. Y es que las redes sociales se han convertido en un escaparate de contenido peligroso, desde retos absurdos hasta consejos de dudosos «expertos» que pueden llevar a conductas de riesgo.

El precio de la inacción

No hacer nada no es una opción. La inacción conlleva una pérdida de hábitos saludables, obesidad infantil, problemas visuales, insomnio… y eso solo rasca la superficie. La falta de desarrollo de habilidades personales y sociales, la pérdida de concentración, la falta de empatía, la sensación de soledad, el malestar y la pérdida de autoestima son solo algunos de los efectos devastadores de un uso desmedido de las pantallas.

Y si hablamos de contenido inapropiado, la cosa se pone aún más seria. La normalización de la violencia, los patrones de conducta erróneos hacia la pareja, las conductas sexuales de riesgo, y una larga lista de consecuencias negativas son el pan de cada día en el vasto universo digital.


Riesgos y realidades: el coste del exceso de pantallas en la infancia

Con la mayoría de jóvenes de entre 12-13 años con smartphone, surgen los riesgos que comentabamos al inicio; como por ejemplo, la alta cantidad de insinuaciones sexuales no deseadas a través de Instagram. ¿Y qué estamos haciendo al respecto? Parece que no lo suficiente.

Las consecuencias de esta inacción se manifiestan en múltiples facetas de la vida de nuestros niños. Desde la pérdida de hábitos saludables, como el ejercicio y una alimentación balanceada, hasta problemas más graves como la obesidad infantil, dificultades visuales y trastornos del sueño.

Pero no se queda ahí; el impacto se extiende al desarrollo de habilidades personales y sociales, con niños y adolescentes experimentando desde una menor concentración y empatía hasta un incremento en la sensación de soledad, el malestar y la pérdida de autoestima.

La exposición a contenido inapropiado es otra cara de esta moneda digital. La normalización de la violencia, patrones de conducta erróneos hacia la pareja, conductas sexuales de riesgo y el acoso en línea son solo algunas de las realidades a las que se enfrentan nuestros jóvenes diariamente. Además, retos virales absurdos y peligrosos, como el «condón challenge» o la «ballena azul», ponen en riesgo la vida de los más impresionables.

En este contexto, no podemos quedarnos de brazos cruzados. La tecnología, una herramienta potencialmente enriquecedora, no debería convertirse en un vehículo hacia el aislamiento o la deshumanización. Es hora de tomar medidas proactivas para guiar a los más jóvenes hacia un uso responsable y saludable de las pantallas. Esto implica no solo establecer límites claros y supervisar su actividad digital, sino también ofrecer alternativas atractivas que fomenten su desarrollo integral fuera del mundo digital.

La creación de espacios seguros en línea, el fomento de actividades que incentiven la interacción social real y el impulso de programas educativos que integren la alfabetización digital son pasos cruciales en esta dirección. La colaboración entre padres, educadores y responsables políticos es esencial para desarrollar estrategias efectivas que equilibren los beneficios de la tecnología con la necesidad de proteger y fomentar el bienestar de los más jóvenes.

Aunque las pantallas en sí mismas no son las únicas responsables de los desafíos que enfrentan nuestros jóvenes, contribuyen significativamente a agravar estos problemas. En la era de la hiperconexión, paradójicamente, la mejor forma de mantenernos verdaderamente conectados con nuestros hijos es a través de la desconexión. Es crucial equilibrar su vida digital con experiencias reales que fomenten su crecimiento, bienestar y conexión humana.

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