La educación en la adolescencia es una combinación intrincada de enseñanzas, experiencias y modelado de comportamiento. A menudo, recurrimos a métodos tradicionales sin cuestionar sus consecuencias a largo plazo. Pero ¿qué sucede cuando abordamos la educación desde una perspectiva convencional? Vamos a explorar cómo nuestras reacciones pueden reforzar comportamientos y actitudes no deseados en los adolescentes. Es fundamental entender que las metodologías de educación convencional, si bien han sido la norma durante décadas, muchas veces tienen consecuencias contrarias a las que buscamos como padres en nuestros hijos.

Gritos: la enseñanza involuntaria de la falta de autocontrol

Cuando gritamos a nuestros hijos, inconscientemente les estamos demostrando que perder el control y ceder ante las emociones es una respuesta válida ante el conflicto. Esto puede resultar en adolescentes que utilicen el grito como su principal medio de expresión, minando su capacidad para desarrollar el autocontrol.

Órdenes directas: obstruyendo el desarrollo del criterio propio

Al dar órdenes sin espacio para el diálogo o la reflexión, estamos comunicando indirectamente que su opinión o pensamiento no tiene valor. Esto puede resultar en jóvenes que se sienten incapaces de tomar decisiones autónomas, dependiendo siempre del criterio de otros y dudando del suyo propio.

Concesión absoluta: alimentando la insatisfacción constante

Al consentir cada deseo o demanda, los adolescentes pueden desarrollar una mentalidad de que el mundo siempre debe satisfacer sus deseos, lo que puede llevar a futuras frustraciones cuando se enfrentan a la realidad de la vida y se sentirán habitualmente insatisfechos con todo lo que les ocurra.

Ignorancia y juicios: construyendo barreras para el crecimiento personal

Al ignorar o emitir juicios precipitados, desvalorizamos sus experiencias y sentimientos. Esto puede desencadenar en una autoestima baja y un sentimiento constante de invalidez, buscando la aprobación ajena; primero de los padres, amigos, pareja, superiores…

Sobreprotección: sembrando las semillas de la inseguridad

Si bien proteger a nuestros hijos es instintivo, en exceso puede hacer que se sientan incapaces de enfrentar desafíos por sí mismos, creando individuos temerosos y dependientes.

Sermones: alimentando la indolencia y la incapacidad

Los sermones constantes pueden hacer que los adolescentes se vuelvan pasivos o resignados, pensando que siempre están en falta o que no pueden hacer nada bien. En lugar de motivarles, podría crear un sentimiento de incapacidad, haciéndolos menos proactivos o dispuestos a tomar la iniciativa.

Ayudas excesivas: cortando sus alas

Si siempre estamos ahí para resolver todos los problemas y dificultades de los adolescentes, podríamos estar cultivando un sentimiento de incapacidad. Es esencial permitirles enfrentar y superar obstáculos por sí mismos, para que aprendan la importancia de la responsabilidad y el esfuerzo personal.

Castigos y amenazas: construyendo muros de mentiras y obediencia ciega

Los castigos y las amenazas pueden llevar a los adolescentes a ser obedientes por temor y no por comprensión. Esta actitud puede también motivarles a mentir o esconder información para evitar posibles represalias, dañando la confianza y la comunicación abierta.

Etiquetas: definiendo límites rígidos en su identidad

Al etiquetar a los adolescentes con ciertos términos o calificativos, inadvertidamente los encerramos en cajas definidas, restringiendo su capacidad de explorar y reinventarse. «Eres desordenado», «siempre distraído», son ejemplos de cómo las etiquetas pueden limitar su percepción de sí mismos y restringir su potencial. Por otro lado, al reconocerles así, los animamos a que se sigan comportando igual.

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